El gordo Soriano
Le gustaba jugar el futbol. Empezó a leer de grande. Siempre soñó con escribir una novela y que le pagaran un millón de dólares como adelanto. Se nos fue tempano. Si armamos una línea temporal, entre la primera de sus obras y la última, pasaron apenas 21 años. Nada.
Había algo en él, quizá por haber vivido de chico en muchos pueblos y ciudades del interior, que lo llevo a entender la compleja idea de ser argentino. Si existe un gen de la argentinidad, no tengo dudas de que Soriano logró descifrarlo. Historias contadas en clave de tango; personajes que rozan lo ridículo, pero siempre con la frente alta, llenos de orgullo; La épica del fútbol y las tragedias nacionales (desde la dictadura y la guerra de Malvinas, hasta el modelo neoliberal de los noventa); todo lo cuenta el gordo, como si fuera un oráculo que narra las cosas en tiempo presente.
Cuando cayó en la cuenta de que ya no sería centroforward, se mudó a Buenos Aires y aprendió el oficio de escribir en las redacciones de los diarios y revistas. El hermoso engendro de Triste Solitario y Final (que mezcla la realidad con la ficción en clave cómica), fue tomando forma en ese deambular por las oficinas editoriales, donde sus compañeros le ayudaban con los escritos. Era sólo el comienzo. Después vino el exilio y la consagración.
Entre Cuarteles de Invierno y No Habrá más penas ni Olvido, logró cerrar esa primera etapa de novelas breves y contundentes, para entrar en la fase siguiente, donde las novelas más extensas le permiten un desarrollo profundo de los personajes. Ya eran tiempos de democracia y el país parecía seguir estancado en la tragedia. El misterio de ser argentino consiste en dar batalla siempre y Soriano la dio: combatió al Imperio Británico en un país remoto de África; se plantó ante una nación arrasada, que se iba convirtiendo en sombra; fue agente secreto y fue, al fin, el novelista que escribe en la ruta, como quien busca su destino y encuentra el desenlace de su texto en el capot de un Torino…
En el medio hubo volúmenes de cuentos y artículos que se reunían cada tanto y condensaban su forma de ver el mundo. Fue un apasionado de la pelota y de los libros. Por eso no es extraño que su obra pueda dividirse igual que un partido de fútbol, en dos tiempos de cuarenta y cinco minutos. Hubiéramos querido un tiempo suplementario, pero no. Ni siquiera fuimos a los penales. Murió a mediados de los noventa, victima de una enfermedad terrible. Murió es una forma de decir. Porque los tipos como Soriano nunca se mueren…
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