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Los perros
Álamos, uno de los cuentos de este libro, un nene sube hasta la copa de un árbol y desde las alturas aprecia el mundo allá abajo. Lo aprecia, por supuesto, de la manera vertiginosa, deforme, con que se ve el mundo cuando lo observamos desde el punto de vista apropiado. Algo cambia para siempre en nuestra percepción, y nunca está claro qué tan conveniente resulta el cambio,
Los personajes y narradores que atraviesan los relatos de Los perros viven sumergidos en esa indeterminación, preguntándose qué tan virtuosos, qué tan miserables pueden llegar a ser. Acaso porque nadie sabe —nadie tiene por qué saber- dónde está el bien, dónde está el mal. Guiadas por la desidia, por excesos de cuidado; o por un egoísmo sonso, a media máquina; o bien por la plena cobardía, las voces de este libro alcanzan así un punto de incomodidad que no puede ser más que sublime.
Sebastián Grimberg narra como aquel niño, desde la copa de un árbol, azotado por el viento. Y desde allí registra —acaso con delectación, con el pulso de un loco— el vértigo y la deformidad que campean aquí abajo. Como quien arma una antología de narradores incómodos para historias incómodas; o como quien, simplemente, se lanza en busca del cuento perfecto.
Mariano Quirós
Los diez relatos que constituyen Los perros narran la angustia de seres ordinarios ante el punto de giro que cambiará sus vidas. Atados a una normalidad mustia y gris, pero que en algún punto sienten tranquilizadora, alcanzarán a intuir el desplazamiento de lo cotidiano y, con él, la sombra esbozada de lo siniestro. Con un lenguaje llano y preciso que evoca a Raymond Carver, Sebastián Grimberg arma cada cuento como un mecanismo de relojería: todo se encuentra dónde debe estar para transmitir la inquietud de la inminencia y que el lector se deje llevar por la deriva de una literatura impecable.
Horacio Convertini
Así escribe: Una luz circular, a media altura, se bambolea a varios metros
de nosotros, se acerca. No lo veo, pero sé que es el tipo de seguridad
con su linterna. Somos los únicos en el camping, vacacionamos lejos
de las fechas obvias para evitar las miradas de la gente, y ya anoche
lo vi hacer la ronda acompañado por un perro grande que parecía
cruza con lobo. Esta vez viene solo y dice: parece que se viene brava,
¿por qué no llevan la carpa al quincho? Al tipo la voz le salió agitada.
Tiene la linterna en la mano y, aunque no me apunta a la cara, apenas
logro distinguir su silueta. Levanto la cabeza. Del cielo no se llega a
ver nada, ni nubes ni estrellas. Se viene, repite. ¿Por qué no llevan
allá la carpa? Ahí van a estar seguros. Giro para buscar a Marisa. Está
al lado de las parrillas, de espaldas a nosotros, acomodando las cosas
que compramos en el almacén del pueblo. Después miro la carpa. La
lámpara portátil que dejamos adentro, encendida, transparenta un
poco y hace brillar la lona verde y violeta. No se percibe ningún
movimiento en su interior. Pienso en el trabajo que me llevó levantar
la carpa, fijar las varillas, clavar las estacas, acomodar la lona; pienso,
sobre todo, en que para desarmar la carpa habría que sacar todo lo
que está adentro, en que deberíamos sacarla a ella, con lo que nos
costó dormirla.
SEBASTIÁN GRIMBERG: Buenos Aires, 1977. Sus cuentos figuran en antologías, revistas literarias y diarios como Axxon, Crepúsculo, Ficcionario, Próxima, La Balandra y Página/12. En 2019 su libro de cuentos inédito Como un ancla obtuvo una primera mención en el Premio Fundación El Libro 2018/19. Ha publicado los libros de cuentos Cada siete segundos (Editorial Conejos, 2014), galardonado con el Segundo Premio Municipal de Literatura Ciudad de Buenos Aires, bienio 2014/2015; La mirada del asesino (Editorial CFI, 2015), Premio en Letras de la Bienal Federal 2013 del Consejo Federal de Inversiones; y las novelas La guerra de los secadores (Editorial DLG, 2021); El guardián de los cerdos (Editorial Indómita Luz, 2022), para cuya escritura obtuvo en 2017 una Beca Creación del Fondo Nacional de las Artes; y Vistamar
X/ (Editorial Trapezoide, 2024).
El libro Los Perros, recibió el Tercer Premio en categoría Cuento,
del Fondo Nacional de las Artes en 2022.
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 $ 25000 / Cuento
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Animales paternos
El concepto de infancia es relativamente nuevo. Hasta hace un siglo, más o menos, no se consideraba a la infancia como algo separado de la adultez. Los chicos trabajaban y tenían responsabilidades. En cincuenta años, el lugar que ocupan los niños se ha transformado: basta ver el salto de la crianza a la que nos sometieron nuestros padres en comparación con la que nosotros le damos a los niños. Pero bien o mal criados, los niños son siempre un misterio, algo que pertenece a otro mundo y se manifiesta en este: pequeños portales, destellos de una dimensión sin palabras, rastros de magia, como los duendes y las hadas con los que tanto les gusta disfrazarse, fuera de la cultura y de la triste realidad con la que hemos sido formateados. De esa condición animal, precultural y completamente irritante provienen estos cuentos. En ellos se narra esa guerra íntima y secreta entre las generaciones que viene teniendo lugar desde el principio del mundo y seguirá rodando hasta el fin. El enemigo puede ser la escuela, los padres, la educación, pero siempre está ahí, dispuesto a apagar la llama de la vela para hacer entrar a esos niños al horrible mundo adulto.
Luciano Lamberti
Así escribe: El llanto y los gritos calentaron los tímpanos del hombre de
anteojos. Invirtió toda su pericia en liberar al pájaro con vida:
levantó la piel del hocico que colgaba sobre la mordida, enterró los
dedos entre los dientes y abrió la boca del perro. Contra la garganta,
uno de los ojos temblorosos del pichón lo miraba. Cuando estaba por
sacar el bulto por las alas, la mordida volvió a cerrarse. Los dientes
del cachorro atravesaron la carne, el hombre de anteojos tiró hacia
atrás y se quedó solo con una mitad del cuerpo del pájaro. El perro
tragó la otra.
El hombre de anteojos dejó el amasijo de carne mordisqueada
a un costado, los dedos de las patas apuntando al cielo. El nene
se agachó ante el fragmento de pájaro muerto y le habló. El perro
vomitó otra vez.
JUAN REVOL (Córdoba, 1993) es Licenciado en Letras Modernas por la Universidad Nacional de Córdoba.
Publicó la novela Cuásar (Borde
Perdido, 2014) y los libros de poemas Shinigami (A.t.e.o., 2013) y La tarde de los profetas (Nudista, 2018).
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De amor y travesías
La poesía de Germán Rojas no consiste en representación, definida como volver a
presentar algo ya conocido, sino en exteriorizar aquello que genera en su espíritu la
aparición sensorial de realidades concretas. De manera similar sucede cuando
Rojas retorna a "la patria recobrada, utilizando múltiples metáforas en el esfuerzo
por definir qué es. El ha regresado a un Chile que es el propio, pero ese poeta que
partió de Chile alguna vez, ya no es el mismo; luego, ha regresado a una patria
nueva, solipsismo mediante. Solamente la genuina poesía permite magias similares.
Luis Benitez, escritor
La palabra poética, en De amor y Travesías, irradia luz mientras hilvana con
dulzura amores en plural (a padres, antepasados, mujeres, amigos, poetas, lugares
sueños). Los amores pueden durar instantes y marcar la vida o viceversa, y las
travesías son puntos donde la memoria ata sus hilos desperdigados por doquier.
Pero la matriz es el Chile recuerdo, el Chile infancia, el Chile que expulsa a Germán
Rojas a un exilio del que retorna para anclar con un "gracias a la vida" entre sus
líneas.
Nora Strejilevich, escritora
Este libro comienza recorriendo el mundo Maya y luego de múltiples travesía
ta físicamente retorna a Chile, del cual fue desooiado, como Ulises a Itaca. F
entonces, ya maduro, añora lo vivido, ciudades, amores, sentidos, luces y
ambientes, sobre todo Italia, que lo acogió en tiempos de exilio. Entre amores y
travesías, la vida del poeta va quedando desperdigada, dispersa. Ahora intenta
rearmar el rompecabezas en estos versos. El lector queda desafiado a intentar vivir
con sus recuerdos sin sucumbir a la desolación.
José Antonio Viera Gallo, embajador de Chile
Así escribe: Necesito una copa de vino para adormecer los recuerdos, para apaciguar lo que no fue, para resucitar lo que fue cuando yo no estuve. Dije adormecer porque desde hace años me chicotean la espalda los recuerdos de mis abuelos paternos que no vi morir. Dije apaciguar porque para mí mis abuelos no murieron, ya que yo no fui testigo de sus últimos suspiros. Dije resucitar porque nunca he podido dar fe de su muerte en esta tierra. Y venga otra copa de vino para celebrar ser nieto de mis abuelos muertos, de sus sonrisas acogedoras, de sus mimos que aquietaron mis sueños de niño, de sus caricias que me hicieron comprender que yo venía de sus mismos orígenes antequeranos y mapuche. Y otra vez otra copa. Por las tres décadas transcurridas desde la última vez que fui a verlos, a la desembocadura del río Bío-Bío. En realidad, solo fui a ver esa vez a mi abuela agonizante. Mi abuelo ya se había hecho nube en los ocasos rosa del río Andalién, cuando yo vivía en el exilio. Durante todo este tiempo los he llevado dentro de mí en las ternuras suaves de los arenosos pliegues de mi corazón. Allí descansan ellos para mí y no en sus tumbas frías que acabo de ver por vez primera, en Concepción.
GERMAN ROJAS (1950)
Escritor y poeta chileno, es presidente del Comité de
Escritores y Escritoras por la Paz de PEN Internacional.
Entre 2021 y 2023 fue presidente de PEN Chile.
Desempeñó durante años su actividad poética en Italia,
donde su poemario, "María-María", obtuvo el premio
nacional de poesía "Vittorio Bodini" en 1987. En 2023 fue
reeditado en versión bilingüe en Italia. En 1998 publicó su
libro "El Árbol Quebrado", prologado por Raúl Zurita,
Premio Nacional de Literatura de Chile. Ha sido publicado
en antologías aparecidas en Chile, Eslovenia, España,
Francia, Honduras, Puerto Rico y Uruguay. Miembro de la
Sociedad de Escritores de Chile (SECH), ha participado en
recitales de poesía en Argentina, Chile, Croacia, Cuba,
Eslovenia, Estados Unidos, España, Italia, Suecia y
Uruguay.
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