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Animales paternos
El concepto de infancia es relativamente nuevo. Hasta hace un siglo, más o menos, no se consideraba a la infancia como algo separado de la adultez. Los chicos trabajaban y tenían responsabilidades. En cincuenta años, el lugar que ocupan los niños se ha transformado: basta ver el salto de la crianza a la que nos sometieron nuestros padres en comparación con la que nosotros le damos a los niños. Pero bien o mal criados, los niños son siempre un misterio, algo que pertenece a otro mundo y se manifiesta en este: pequeños portales, destellos de una dimensión sin palabras, rastros de magia, como los duendes y las hadas con los que tanto les gusta disfrazarse, fuera de la cultura y de la triste realidad con la que hemos sido formateados. De esa condición animal, precultural y completamente irritante provienen estos cuentos. En ellos se narra esa guerra íntima y secreta entre las generaciones que viene teniendo lugar desde el principio del mundo y seguirá rodando hasta el fin. El enemigo puede ser la escuela, los padres, la educación, pero siempre está ahí, dispuesto a apagar la llama de la vela para hacer entrar a esos niños al horrible mundo adulto.
Luciano Lamberti
Así escribe: El llanto y los gritos calentaron los tímpanos del hombre de
anteojos. Invirtió toda su pericia en liberar al pájaro con vida:
levantó la piel del hocico que colgaba sobre la mordida, enterró los
dedos entre los dientes y abrió la boca del perro. Contra la garganta,
uno de los ojos temblorosos del pichón lo miraba. Cuando estaba por
sacar el bulto por las alas, la mordida volvió a cerrarse. Los dientes
del cachorro atravesaron la carne, el hombre de anteojos tiró hacia
atrás y se quedó solo con una mitad del cuerpo del pájaro. El perro
tragó la otra.
El hombre de anteojos dejó el amasijo de carne mordisqueada
a un costado, los dedos de las patas apuntando al cielo. El nene
se agachó ante el fragmento de pájaro muerto y le habló. El perro
vomitó otra vez.
JUAN REVOL (Córdoba, 1993) es Licenciado en Letras Modernas por la Universidad Nacional de Córdoba.
Publicó la novela Cuásar (Borde
Perdido, 2014) y los libros de poemas Shinigami (A.t.e.o., 2013) y La tarde de los profetas (Nudista, 2018).
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 $ 25000 / Cuento
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Que nadie duerma
Jean Paul Sartre tenía razón al afirmar: "Existir es beberse sin sed". En las siguientes páginas encontraremos ideas uni-versales, esas que no dan descanso a la humanidad que busca un cambio mediante la belleza del lenguaje o el humor. Estos textos incursionan en los intersticios de la maldad humana y crean sintagmas brillantes y certeros. En este libro es patente que el hombre necesita espejismos para poder seguir andan-do. Pero a no perder el rumbo: éste no es material para entretenerse únicamente con ideas alocadas o frases de fulgurante creación intelectual. Este libro, fundamentalmente, nos hará pensar.
Cruz Omar Pomilio
Así escribe: El grito atravesó las paredes del nosocomio, surgiendo de las
profundidades del edificio y elevándose por los pisos hasta la luna
de sangre. Se repitió aún una vez más, después de lo cual nadie pudo
quedar indiferente. Sin embargo, pasado el momento de parálisis y
terror, cada uno siguió haciendo sus tareas, cuidando sus espaldas
con miradas cómplices. El único indefenso a cualquier capricho del
maligno fue Horacio. Él, como todas las noches, se tapó los oídos con
las manos y cubrió su cabeza con las sábanas mugrientas. Tardaría
en conciliar el sueño. El grito lastimero se repetía ahora con menos
fuerza como un eco en las salas y salones del hospital para enfermos
mentales, a once kilómetros del puerto. Los quejidos se potenciaban
por una capacidad vocal que no era humana.
DANIEL PETASNE: Buenos Aires, 1956. Abogado, escritor, músico y coordinador de talleres de lectura. Autor de los libros como Anouk y otros rela-tos, El Planeta Azul y El libro de Junio entre otros. En ellos se aprecia la búsqueda del amor, el poder y la gloria a expensas del delito, la música siempre presente, la búsqueda existencial y la realidad que se desenvuelve en la ficción, creando mundos posibles donde la utopía y la distopía conviven.
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 $ 25000 / Cuentos
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Son simbólicas las flores
Personajes que escarban para saber quiénes son: ese podría ser el hilván de este libro, y la edad, la circunstancia vital, un detalle. Pero no. La mirada y la sensibilidad de los protagonistas son la médula, la condición de existencia de cada uno de los cuentos. Con levedad y agudeza, la autora punza la realidad y extrae perlas de la penumbra. Y allí, la maestría en el uso del bisturí para lograr el corte exacto que dé lugar al detalle que abre un mundo. Una pitada, una pregunta, un pensamiento rumiante: pareciera que el qué puede ser casi cualquier cosa, que importa más la atención que la narración posa sobre ese algo.
La artesanía en la puntuación y en el uso de los silencios, la cadencia que conduce el desastre y la precisión léxica identifican a estos relatos al mismo tiempo que los particularizan. Es ahí, en ese doble gesto, con un pie puesto en la singularidad y otro en la misma filiación, que Son simbólicas las flores logra inscribirse en la maravilla que logran los libros de cuentos que nos gustan.
Valentina Zelaya
Así escribe: La heroica caminata lo lleva a ver su reflejo, de frente, en el
vidrio de la puerta del balcón. Se mira atentamente: unos mechoncitos
dorados despeinados; el resto, prolijo. El pantalón gris de jogging que
eligió él mismo esa mañana, con la señal de Batman en el costado
derecho. La remera blanca, que con tanto esmero se ocupó de no
manchar al preparar el almuerzo. Y la capa violeta con vetas lilas que
cuelga desde las tiritas enredadas en su cuello. Después de encontrarse
con su reflejo, mira para afuera: aire de otoño. Delgadísimos rayos de
sol reposan sobre partículas que flotan con movimientos pesados, casi
imperceptibles, sin ir ni venir de ningún lugar. La luz de las cuatro de
la tarde lo obnubila. Sospecha el ruido guardado dentro de esa luz del
otro lado del vidrio. Siente piel de gallina. Sin parpadear, apoya las
manos sobre su reflejo e intenta tocar aquella otra atmósfera a través
de los tres milímetros de transparencia.
GABRIELA KOGAN nació en Buenos Aires el 22 de abril de 1992. Es médica generalista recibida en la UBA y realizó talleres literarios con Martín García Sastre y Valentina Zelaya (Mandolina Libros). Esta es su primera publicación. |
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