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LAS COSAS BONITAS Y LOS SERES DE ESTE MUNDO
Graciela Scarlatto

El cacareo aumenta. Don Fernández se hunde en la lluvia y la noche se lo traga junto al gallinero. Desde la puerta, los demás no ven nada. Solo presienten las manos en la oscuridad. Con los nervios de punta, don Fernández tantea los cogotes emplumados, los dedos rojos de picotazos. Chapotea en el guano. Desde la puerta del patio, Alfredo, como lugarteniente, espera.

–Dele, don Fernandez, que se viene piedra.
–¿Qué hace? ¿A vos te parece, esta locura? –dice Berta.
–No. Tu padre está viejo... –disculpa Alfredo, para apaciguar.

La tragedia, sin embargo, ya está instalada en la casa. Ella no oculta el ataque de furia. El venidero guano en los zapatos del viejo empieza a desatar en su cabeza un rayo de odio. Está preocupada por las baldosas pulidas, incluso trapeadas hace apenas un rato, después de cenar. Un trueno descarga una bomba en la noche y rebota en el techo a dos
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EL MAMELUCO DEL FRIGORÍFICO
Mariel Pardo

Muchas veces debí guita. En esa oportunidad era gente pesada. Me escondí un tiempo, no dejándome ver por donde solía parar. Tenía toda la sensación de que me andaban vigilando. Yo sabía que no iba a pasar mucho hasta que me encontraran, pero no tenía idea de qué hacer.

Una mañana, saliendo de casa, me agaché detrás del vecino que abrió la puerta del pasillo –precaución que solía tomar antes de salir a la calle- y los vi. Dos tipos de aspecto jodido. Me di vuelta, salté la medianera y me escapé por la casa de al lado. Me puse un mameluco que encontré colgado y caminé rapidito en dirección contraria a la esquina en donde se habían parado los dos. La ropa estaba manchada de sangre seca en la pechera. Era de Antonio, un muchacho que trabajaba en el frigorífico. Tenía ese olor
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LA CANASTITA
Vanesa Gómez

Todo blanco y listo sobre la cama: la camisa de seda con botones de nácar, la falda plisada, las medias con volados, las guillerminas que huelen a nuevo dentro de la caja y, lo más importante, la canastita hecha de cintas, moños y tules, con las tarjetas adentro. Tarjetas que intercambiaría por dinero. Venían todos los familiares al asado que el abuelo hacía en el patio, así que esperaba juntar lo suficiente como para comprar las muñecas de Sailor Moon que ya hacía un mes brillaban en la vidriera del kiosquito amarillo.

Se llevó los zapatos a la cara y los olió. Le gustaba el olor de las cosas nuevas. Los zapatos se los había regalado la madrina, por suerte, porque la madre había
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